Archive for the '4. Galileo y la Iglesia' Category

31. Luna y cercanías

Recordando la mañana del 21 de julio de 1969, en la que por primera vez se usaría en concreto el verbo hasta entonces sólo teórico: to moon-land, <<alunizar>>; la más sorprendente y profunda de las reflexiones viene de la mano de André Frossard, hombre que nunca se olvida que <<Dios existe>>, por la sencilla razón de que <<lo ha encontrado>>.

Escribe: <<El descubrimiento más grande del siglo XX es que no había nada para descubrir. Quiero decir que todas nuestras exploraciones en el universo muestran que está vacío, inhabitado. El hombre está solo. Es impresionante: este enorme montaje, con millones de proyectores, para un único actor representando una comedia de la que no se conoce ni el primero ni el último acto.>>

¿Qué se deduce de ello? Responde Frossard: <<Que los antiguos, Aristóteles, Tolomeo, los teólogos del Papa tenían razón desde el punto de vista filosófico, aunque no la tenían desde el punto de vista físico. Sí, tenía razón el sistema tolemaico y no el de Copérnico y Galileo: es verdad, en el centro del universo está el hombre, la tierra. Era una astronomía equivocada, pero una correcta filosofía, que la ciencia hoy en día no hace más que confirmar. (…)>>

Ni nosotros, ni nuestros descendientes, en el plazo de una sola vida, podremos ir nunca más allá del sistema solar: sólo podrían llegar vivos nietos y bisnietos de parejas que procreasen durante el viaje. Y el sistema solar –ahora, gracias a las sondas, lo sabemos con seguridad- está angustiosamente vacío. Pero allá donde no puede llegar todo el cuerpo, puede llegar el oído: desde 1931 los radioastrónomos están en alerta, pero nunca han captado señales de otros seres inteligentes. ¿Llegarán en el futuro? Nadie puede descartarlo, pero es evidente que no sabremos qué hacer con ellas. Esas señales nos llegarían de civilizaciones que las habrían emitido hace unos miles o millones de años y que quizás en el momento de recibirlas nosotros ya habrían desaparecido quién sabe cuándo. Y nuestra <<respuesta>> tardaría llegar un espacio igual de tiempo.

Realmente la fe no tenía (ni tiene) nada que temer ante el eventual descubrimiento de otros seres inteligentes. El padre Georges Coyne, jesuita americano de Baltimore, astrónomo de fama mundial, director del glorioso Observatorio Vaticano, señala que podría haber vida en otro lugar, pero es una posibilidad, no una certeza. De ser esto cierto, sin duda la fe se alegraría de comprobar la fecundidad de un Dios Creador por puro amor. Tal vez así recobraría nueva luz la misteriosa palabra de Jesús: <<Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traer; ellas oirán mi voz…>> (Jn. 10, 16)

Para muchos habría sido una satisfacción el poder hablar de otros <<caldos primordiales >> que –con el tiempo y los cruces- habrían producido unos seres capaces de lanzar transmisiones radiofónicas en el espacio. De ser así, el hombre habría dejado de ser un misterio tan escandaloso por su unicidad: querían rebajarnos, parecía intolerable que todo fuera sólo para nosotros. Pero lo es: en sesenta años de escuchas no hemos captado la voz de ningún otro <<ser>>; en cambio hemos escuchado la que parece ser la voz del Ser. Es el extraordinario descubrimiento de la radioastronomía: el universo <<suena>>, las galaxias tienen una <<voz>>, que ha sido descodificada y grabada en una cinta, dando vida a una impresionante sinfonía. Según Job (38, 7), las estrellas cantan en coro; según Isaías (44, 23) los Cielos tienen que cantar; según Zacarías (9, 14) es Dios mismo quien toca; mientras que para el Salmista (148, 3 y ss.) el Sol, la Luna, los lucientes astros, los cielos de los cielos alaban al Señor. Se trata sólo de metáforas, las cuales sin embargo hallan singular y concreta correspondencia en las grabaciones de los radioastrónomos.

29. Galileo Galilei/3

En varias ocasiones la iglesia ha sido juzgada por su retraso, por no estar al día. Pero el curso posterior de la historia ha demostrado que si parecía anacrónica es porque había tenido razón demasiado pronto.

Ocurrió por ejemplo, con la desconfianza hacia el mito entusiasta de la <<modernidad>> y del consecuente <<progreso>>, durante todo el siglo XIX y gran parte del XX. Ahora, un historiador de la talla de Émile Poulat puede decir: <<Pío IX y los demás papas “reaccionarios” se quedaban atrás respecto a su época, pero se han convertido en profetas de la nuestra. Puede ser que no tuvieran razón en cuanto a su hoy y su mañana: pero habían visto bien para su pasado mañana, que es esta época nuestra posmoderna, que descubre la otra cara, la oscura, de la modernidad y el progreso.>> Ocurrió, por dar otro ejemplo, con Pío XI y Pío XII, cuyas condenas del comunismo ateo eran juzgadas con desprecio, hasta ayer, como <<conservadoras>>, como <<superadas>>, mientras que ahora los mismos comunistas comparten sus críticas.

Esta paradoja se ha generado también en el <<caso Galileo>>. Quizás donde la iglesia se mostró atrasada es porque estaba tan adelantada a su tiempo que sólo ahora empezamos a intuirlo. Más allá de los errores en los que pueden haber caído los diez jueces –prestigiosos teólogos y hombres de ciencia- en el convento dominico de Santa María sopra Minerva, establecieron de una vez por todas que la ciencia no era y no podía ser nunca una nueva religión. Según un historiador de nuestros días, <<La condena temporal (donec corrigatur, hasta que sea corregida, decía la fórmula) de la doctrina heliocéntrica, que era presentada por sus defensores como verdad absoluta, salvaguardaba el principio fundamental según el cual las teorías científicas expresan verdades hipotéticas, ciertas ex suppositione, por hipótesis, y no en modo absoluto.>>

Karl Popper, laico agnóstico, recordó que los inquisidores y Galileo, a pesar de las apariencias, estaban en un mismo plano: Ambos aceptaban por fe unos supuestos fundamentales como base para construir sus sistemas. El propio Popper pregunta ¿Quién ha dicho –si no otra especie de fideísmo- que razón y experiencia, mente y sentidos, nos comunican la <<verdad>>? Sólo ahora, después de tanta veneración y respeto, empezamos a ser conscientes de que las llamadas <<verdades científicas>> no son en absoluto verdades indiscutibles a priori, sino siempre y solamente hipótesis transitorias.

Mientras Copérnico y todos los copernicanos (numerosos incluso entre los cardenales y tal vez entre los mismos papas) se quedaron en el plano de las hipótesis, nadie dijo nada; el Santo Oficio no se entrometió para poner fin a una discusión libre acerca de datos experimentales que iban apareciendo. Se reaccionó duramente sólo cuando se quiso pasar de la hipótesis al dogma, cuando empezaron a surgir sospechas de que el nuevo método experimental se va convirtiendo en religión, en aquel <<cientificismo>> en el que, en efecto, degenerará.

Galileo no fue condenado por lo que decía, sino por cómo lo decía. O sea, con intolerancia fideísta, propia de un misionero del nuevo Verbo que superaba a sus antagonistas considerados <<intolerantes>> por definición. Como carecía de pruebas objetivas (decía que las mareas eran la prueba de que la tierra giraba alrededor del sol), fue sólo apoyándose en un nuevo dogmatismo, en una nueva religión de la Ciencia, como pudo lanzar contra esos colegas expresiones como las que se encuentran en sus cartas privadas: quien no aceptaba de inmediato y por entero el sistema copernicano era (textualmente) <<un imbécil con la cabeza llena de pájaros>>, alguien <<apenas digno de ser llamado hombre>>, <<una mancha en el honor del género humano>>.

El entonces cardenal Ratzinger y prefecto del Santo Oficio, <<heredero>> de los inquisidores, explicó que una periodista alemana –firma famosa de un periódico laicísimo, expresión de una cultura <<progresista>>- le pidió una entrevista sobre el nuevo examen del caso Galileo. Naturalmente, el cardenal esperaba escuchar las jeremiadas de siempre sobre el oscurantismo y el dogmatismo católicos. Pero fue al revés: aquella periodista quería saber por qué la Iglesia no había frenado a Galileo, no le había impedido proseguir con un trabajo que está en los orígenes del terrorismo científico, del autoritarismo de los nuevos inquisidores: los tecnólogos, los expertos… Ratzinger explicaba que no se había sorprendido demasiado: simplemente, aquella redactora era una persona informada, que había pasado del culto <<moderno>> de la Ciencia a la conciencia <<posmoderna>> de que científico no puede ser sinónimo de sacerdote de una nueva fe totalitaria.

Sobre la utilización propagandística que se ha hecho de Galileo, que lo ha convertido en titán del libre pensamiento, la filósofa católica Sofía Vanni Rovighi ha escrito: <<No es históricamente correcto ver a Galileo como un mártir de la verdad, (…). En realidad, existen dos bandos: Galileo y sus adversarios, ambos seguros de la verdad de sus opiniones y con buena fe; pero el uno y el otro utilizan también medios extrateóricos para hacer triunfar la tesis que cada cual considera cierta. Sin olvidar que en 1616 la autoridad eclesiástica fue especialmente benévola con Galileo y ni siquiera lo nombró en el decreto de condena; (…) no sólo no estuvo en la cárcel ni siquiera una hora, no sólo no sufrió malos tratos, sino que fue alojado y tratado con toda clase de atenciones. (…) No es justo, además, no medir todo por el mismo rasero: hablar, por lo tanto, de delito contra el espíritu refiriéndose a la condena de Galileo, y ni chistar cuando se habla de la entrada forzada en convento que Galileo impuso a sus dos jóvenes hijas, intentándolo todo para eludir las leyes eclesiásticas, que protegían la dignidad y la libertad personal de las jóvenes encaminadas a una vida religiosa, estableciendo un límite mínimo de edad para los votos. (…)>>

28. Galileo Galilei/2

Galileo Galilei convivió abiertamente more uxorio con la veneciana Marina Gamba, con quien tuvo dos hijas y un varón. Al dejar Padua para volver a Toscana, abandonó a su fiel compañera, quitándole los hijos. <<Provisionalmente alojó a sus hijas en la casa del cuñado, pero tenía que encontrar una solución definitiva, y eso no era fácil, porque, dada la ilegitimidad, no se podía pensar en un futuro matrimonio. Galileo pensó entonces en meterlas a monjas. Galileo se encomendó a altos prelados para que las dejaran entrar a pesar de su corta edad: así, en 1613, las dos jóvenes –trece y doce años- entraban en el monasterio de San Mateo de Arcetri y poco después tomaban los hábitos. Virginia –sor María Celeste- vivió con profunda piedad y activa caridad; Livia –sor Arcángela- en cambio, sucumbió bajo el peso de la violencia sufrida y vivió neurasténica y enfermiza>> (Sofia Vanna Rovighi)

En el plano personal, por lo tanto, Galileo habría sido vulnerable. Decimos <<habría sido>> porque aquella Iglesia que lo llamó a presentarse delante del Santo Oficio, aquella Iglesia acusada de moralismo despiadado, bien procuró no caer en el error fácil y mezquino de mezclar su vida privada con sus ideas. <<Ningún eclesiástico le reprocharía nunca su situación familiar.>> (Rino Cammilleri)

Ha escrito Georges Bené, uno de los estudiosos que más conocen esta historia: <<Desde hace dos siglos Galileo y su caso interesan, más que como fin, como medio polémico contra la Iglesia católica y su “oscurantismo”, que obstaculizaría la investigación científica.>> Esta presunta obstaculización no responde a la verdad. La prohibición temporal de enseñar públicamente la teoría heliocéntrica copernicana, es un hecho aislado: ni antes ni después la Iglesia se entrometería nunca para obstaculizar la investigación científica, casi siempre llevada a cabo por miembros de órdenes religiosas.

Galileo fue convocado por no respetar los pactos: la aprobación eclesiástica del libro <<incriminado>>, Diálogos sobre los dos mayores sistemas del mundo, se le había concedido a condición de que presentara la teoría copernicana como hipótesis (como lo exigían los inciertos conocimientos científicos de la época), mientras que él la daba por demostrada. Prometió adecuarse y no lo hizo, llegando a poner incluso en boca del bobo de los Diálogos –de nombre Simplicio-, los consejos de moderación que le había dado el Papa, que era su amigo y lo admiraba: Galileo había llegado a los setenta años recibiendo siempre honores y ayudas de todos los ambientes religiosos. Después de la condena pudo volver a sus investigaciones rodeado de jóvenes discípulos que formarían una escuela, y pudo condensar lo mejor de su vida de estudio en aquellos Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, ápice de su pensamiento.

Por otra parte, en esta época el Observatorio Vaticano –hoy todavía activo, fundado y siempre dirigido por jesuitas- consolida su fama de ser uno de los institutos científicos más prestigiosos y rigurosos del mundo. Hasta el punto que cuando los italianos llegan a Roma, en 1870, se apresuran a hacer una excepción en su programa de expulsión de los religiosos, ante todo de la Compañía de Jesús. El gobierno de la Italia anticlerical y masónica pide al Parlamento que vote una ley especial para mantener al padre Angelo Sacchi –uno de los fundadores de la astrofísica y de los más importantes estudiosos del siglo- como director de por vida del Observatorio, que ya fue papal.

Si a partir del siglo XVII la ciencia parece emigrar primero al norte de Europa y luego al otro lado del Atlántico –fuera de la órbita de las regiones católicas- se debe a la desviación  del curso seguido por la propia ciencia. Ante todo, los instrumentos muy costosos requieren fondos y laboratorios que sólo pueden permitirse países económicamente avanzados, no precisamente la Italia ocupada por los extranjeros, ni la España en decadencia. Que sea ésta –y no la pretendida <<persecución católica>>- la causa de la relativa inferioridad científica de los pueblos que han mantenido sus vínculos con Roma, también lo demuestra la intolerancia protestante, que casi nunca se menciona y  que es, en cambio, fuerte y precoz.

Copérnico, punto de partida de todo (y en cuyo nombre Galileo sería <<perseguido>>) es un catolicísimo polaco, canónigo, que instala su rudimentario observatorio en un torreón de la catedral de Frauenburg. Su obra fundamental, publicada en 1543 –Las revoluciones de los mundos celestes- está dedicada al Papa Pablo III, también astrónomo aficionado. El imprimatur lo concede un cardenal, de aquellos dominicanos en cuyo monasterio Galileo escuchará su condena.

La primera alarma no llega de parte católica (es más, hasta el drama de Galileo –nombrado miembro de la Academia pontificia- se sucederán once papas que a menudo alientan la teoría <<heliocéntrica>> copernicana), sino de los protestantes, uno de los cuales elaboró el prefacio de aquella obra copernicana preocupado por las posibles consecuencias en la Escritura. El propio Lutero señaló al oír de Copérnico: <<La gente le presta oídos a un astrólogo improvisado, que trata de demostrar en cualquier modo que no gira el Cielo, sino la Tierra. Para ostentar inteligencia basta con inventar algo y darlo por cierto. Este Copérnico, en su locura, quiere desmontar todos los principios de la astronomía.>>

A propósito de universidad (y de <<oscurantismo>>): habrá pues un motivo si, a principios del siglo XVII; cuando Galileo tenía unos cuarenta años y se hallaba en plena actividad investigadora, había en Europa 108 universidades –esa típica creación de la Edad Media católica-, algunas más en las Américas españolas y portuguesas y ninguna en territorios no cristianos. Y también habrá una razón si las obras matemáticas y geométricas de la antigüedad (principalmente la obra de Euclides), que han constituido la base fundamental para el desarrollo de la ciencia moderna, nos han llegado sólo gracias a las copias de monjes benedictinos y, una vez inventada la tipografía, gracias a los libros impresos siempre por religiosos. Alguien ha señalado incluso que, precisamente a principios de este siglo XVII, un Gran Inquisidor de España creó en Salamanca la Facultad de Ciencias Naturales, donde se enseñaba, apoyándola, la teoría copernicana…

Historia compleja, como se puede ver. Mucho más compleja de la que generalmente nos cuentan.

27. Galileo Galilei/1

Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre estudiantes de todos los países de la Comunidad, casi el 30% de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. Casi todos (el 97%)  están convencidos de que fue sometido a torturas. Los pocos que tienen algo más que decir recuerdan como frase <<absolutamente histórica>>, un <<Eppur si muove!>> (<<¡sin embargo se mueve!>>), fieramente arrojado después de la lectura de la sentencia.

En realidad, esa <<frase histórica>> fue inventada en Londres por Giuseppe Baretti, periodista tan brillante como poco fehaciente. El 22 de junio de 1633, en Roma, en el convento dominicano de Santa María sopra Minerva, después de oír la sentencia, el <<verdadero>> Galileo dio gracias a los diez cardenales –de los cuales 3 votaron por absolverlo- por una pena tan moderada. Era consciente de haber intentado indisponer al tribunal (compuesto también por hombres de ciencia de su misma envergadura, a quienes juzgaba <<de imbéciles>>), y en los cuatro días de discusión, sólo presentó un argumento a favor de su teoría de que la Tierra giraba en torno al Sol, y era erróneo: decía que las mareas eran provocadas por las <<sacudidas>> de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra.

El Santo Oficio no se oponía en absoluto a la evidencia científica en nombre del oscurantismo teológico. La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, y para <<ver>> esta rotación habría que esperar hasta 1851 al péndulo de Foucault. En el año 1633, el sistema ptolemaico (el sol y los planetas giran en torno a la Tierra) y el sistema copernicano (la Tierra y los planetas giran en torno al Sol) eran dos hipótesis del mismo peso, en las que había que apostar sin pruebas decisivas. Muchos religiosos católicos estaban a favor del <<innovador>> Copérnico.

Además del de las mareas, Galileo ya había incurrido en otro grave error. En 1618 habían aparecido en el cielo unos cometas. Basándose en su <<apuesta>> copernicana, había afirmado que se trataba sólo de ilusiones ópticas y había arremetido contra los astrónomos jesuitas del observatorio romano, quienes afirmaban que se trataban de objetos celestes reales. Luego volvería a equivocarse al afirmar el movimiento de la tierra y la fijeza absoluta del Sol, cuando en realidad éste también se mueve alrededor de la galaxia.

¿Torturas? ¿Cárceles de la Inquisición? ¿Hoguera? Galileo no pasó un solo día en la cárcel: llamado a Roma para el juicio, se alojó (a cargo de la Santa Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vistas a los jardines del Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia, fue alojado en la maravillosa Villa Medici en el Pincio; luego se trasladó como huésped al palacio del arzobispo de Siena, y finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri, cuyo nombre significativo era <<Il gioiello>> (<<La joya>>).

Nunca se le impidió proseguir su trabajo, continuando sus estudios y publicando un libro –Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias- que es su obra maestra científica. Tampoco se le prohibió recibir visitas, y pronto le levantaron la prohibición de alejarse a su antojo de la Villa. Sólo le quedó la obligación de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales, que continuó rezando voluntariamente pasados los tres años de su penitencia.

El que había sido el benjamín de los Papas, lejos de erigirse en defensor de la razón contra el oscurantismo clerical, pudo escribir con verdad al final de su vida: <<En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia de la Santa Iglesia>>. Murió a los setenta y ocho años con  la indulgencia plenaria y la bendición papal. Una de sus hijas recogió su última palabra: <<¡Jesús!>>.

Con ocasión de una visita de Juan Pablo II a Pisa, un ilustre científico deploró en un <<importante>> diario que el entonces Papa <<no puso ulterior y debida enmienda por el trato inhumano de la Iglesia hacia Galileo>>. Si hubo ignorancia en los estudiantes del sondeo, con los que hemos empezado, en el caso de estudiosos de tal envergadura, la sospecha es de mala fe, la misma que se mantiene desde la época de Voltaire y que ha creado tantos complejos de culpa en católicos mal informados.


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