4. Leyenda negra/3


El camino a los altares le está vedado a Isabel la Católica. <<Las presiones de los judíos a través de los medios de comunicación y las protestas de los católicos empeñados en el diálogo con el judaísmo han tenido éxito. (…) La preocupación por no provocar las reacciones de los israelíes, irritados por la beatificación de la judía conversa Edit Stein y por la presencia de un monasterio en Auschwitz, favoreció el que se hiciera una «pausa para reflexionar» sobre la conveniencia de continuar con la causa de la Sierva de Dios, (…)>>; esto según un artículo publicado en Il Nostro Tempo por Orazio Petrosillo, informador religioso de Il Messaggero.

Se trata de una noticia poco reconfortante, a pesar de no ser la primera vez que ocurre (Pablo VI bloqueó la beatificación de los mártires de la Guerra Civil española). A veces, las razones de la convivencia pacífica contrastan con las de la verdad.

En efecto, durante la época de Isabel, se revocó a los judíos el derecho a residir en el país (medida adoptada con anterioridad por los soberanos de Inglaterra, Francia y Portugal). Veamos. La España musulmana no era en absoluto el paraíso de tolerancia que se ha querido describir, y tanto cristianos cuanto judíos (quienes en términos jurídicos, eran considerados extranjeros, y su permanencia era posible en tanto no pusieran en peligro al Estado) eran víctimas de periódicas matanzas. Sin embargo, entre Cristo y Mahoma, los judíos tomaron partido por este último, haciendo de quinta columna en perjuicio del elemento Católico; esto a pesar que Isabel había puesto en sus manos casi toda la administración financiera, militar e incluso eclesiástica. Ello despertó un odio popular que con frecuencia degeneró  en matanzas espontáneas y continuas, las que el recién formado reino de Castilla y Aragón no estaba en condiciones de controlar.

Dentro de los 27 volúmenes que componen la causa de Isabel, fruto de 20 años de trabajo, se afirma que <<el decreto de revocación del permiso de residencia a los judíos fue estrictamente político, de orden público y de seguridad del Estado, no se consultó en absoluto al Papa, ni interesa a la Iglesia el juicio que se quiera emitir en este sentido. Un eventual error político (en caso se considere que hubo error) puede ser perfectamente compatible con la santidad. (…) cualquier queja, deberá ser dirigida a las autoridades políticas (…)>>

El camino a los altares le está vedado a Isabel también por quienes terminaron por aceptar sin críticas que los Reyes Católicos serían los iniciadores del genocidio de los indios en América, llevado a cabo con la cruz en una mano y la espada en la otra. La historia verdadera ofrece otra versión que difiere de la leyenda. Jean Dumont afirmó que: <<La esclavitud de los indios existió, pero por iniciativa personal de Colón, cuando tuvo los poderes efectivos de virrey en las tierras descubiertas; por lo tanto, esto fue sólo en los primeros asentamientos que tuvieron lugar en Antillas antes de 1500. Isabel la Católica reaccionó contra esta esclavitud de los indígenas (…) mandó que se devolviera a las Antillas a los indios y ordenó a su enviado especial, Francisco de Bobadilla, que los liberara y éste a su vez, destituyó a Colón y lo devolvió a España en calidad de prisionero por sus abusos. A partir de entonces la política adoptada fue bien clara: los indios son hombres libres, sometidos como los demás a la Corona y deben ser respetados como tales en sus bienes y en sus personas.>>

Quienes consideren este cuadro como demasiado idílico, les convendría leer el codicilo que Isabel añadió a su testamento tres días antes de morir, en noviembre de 1504, y que dice así: <<Concedidas que nos fueron por la Santa Sede Apostólica las islas y la tierra firme del mar Océano, (…) nuestra principal intención fue la de tratar de inducir a sus pueblos que abrazaran nuestra santa fe católica y enviar a aquellas tierras religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir a los habitantes en la fe y dotarlos de buenas costumbres poniendo en ello el celo debido; por ello suplico al Rey, mi señor, muy afectuosamente, y recomiendo y ordeno a mi hija la princesa y a su marido, el príncipe, (…) que no consientan que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas y por conquistar sufran daño alguno en sus personas o bienes, sino que hagan lo necesario para que sean tratados con justicia y humanidad y que si sufrieren algún daño, lo repararen>>.


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