Posts Tagged 'Iglesia Catolica'

52. Jus primae noctis

<<Jus primae noctis: delante de ciertas interpretaciones aberrantes basadas en juegos de palabras, de las que este presunto “derecho” es un ejemplo clamoroso, cabe preguntarse si la Edad Media no habrá sido víctima de un complot de los historiadores.>> Así escribe Régine Pernoud en un pequeño diccionario sobre tópicos referidos a la Edad Media. En realidad, es indudable que ha habido un <<complot>>, al menos en el sentido de presentar bajo la luz menos halagüeña posible un período abominado por los iluministas, que veían marcado por las <<tinieblas de la superstición religiosa>> y no por la Razón; y por los protestantes, que percibían en esta época el triunfo de una Iglesia católica a la que identificaban con el anticristo mismo.

¿En qué consistió realmente el jus primae noctis, aquel <<derecho de pernada>> que todavía hoy muchísima gente está convencida de que se practicaba en la Europa <<cristiana>>? Con ayuda tal vez de los manuales mal leídos en clase, se cree que consistía en el privilegio del feudatario de <<iniciar>> la misma noche de la boda a las jóvenes que contraían matrimonio en los territorios en los que señoreaba. No faltan novelas populares –pero también textos denominados <<históricos>>- en las que se hace creer que pretendían hacer uso de este derecho hasta los obispos propietarios de tierras.

Todo esto es completamente falso, al menos en lo que concierne a la christianitas de la Europa occidental y católica, pues –aunque con la manifiesta oposición de la Iglesia ortodoxa- parece ser que hasta el siglo XVII los grandes latifundistas de la Europa oriental pretendieron realmente conseguir semejante <<derecho>> de sus siervos. No hay rastro en lo que respecta a la Iglesia Católica.

Entonces, ¿cómo ha podido surgir una leyenda todavía hoy tan firmemente aceptada? Hay que empezar por recordar quién era el <<siervo de la gleba>>. Los <<siervos de la gleba>> eran los campesinos que obtenían en concesión de un señor, el feudatario, un lote de tierra suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias. El uso del suelo venía compensado por el campesino mediante una cuota sobre la cosecha, en ocasiones con un pago en moneda y con prestaciones varias sobre las otras tierras del señor (las famosas corvées, que solían revestir un carácter social en beneficio de todos, como la construcción de puentes y caminos). Continúa Pernoud: <<El término “siervo” se ha comprendido mal, ya que se ha confundido la servidumbre del Medioevo con la esclavitud que fue la base de las sociedades antiguas, y de la que no se halla ningún rastro en la sociedad medieval. La condición de siervo era completamente diferente a la del esclavo: el esclavo es un objeto, no una persona; (…)>>

La investigadora francesa continúa: <<El siervo medieval es una persona, no un objeto: posee familia, una casa, campos y, cuando le ha pagado lo que le debe, no tiene más obligaciones hacia el señor. No está sometido a un amo, está unido a la tierra (…). La única restricción a su libertad reside en que no puede abandonar la tierra que cultiva. Pero, hay que señalar, esta limitación no está exenta de ventajas ya que si no puede dejar el predio, tampoco se le puede despojar de éste. El campesino de la Europa occidental de hoy día debe su prosperidad al hecho de que sus antepasados eran “siervos de la gleba”. Ninguna institución ha contribuido tanto a la suerte, por ejemplo, de los agricultores franceses. El campesino francés, asentado durante siglos en la misma superficie, sin responsabilidades civiles, sin esas obligaciones militares que el campo tuvo ocasión de conocer por primera vez con los reclutamientos masivos impuestos por la Revolución, se convirtió así en el verdadero dueño de la tierra. (…) Si la situación del campesino de la Europa oriental ha permanecido tan miserable se debe a que no conoció el vínculo protector de la servidumbre. (…)>>

A este arraigo socialmente benéfico a la propiedad, se debe el nacimiento del presunto jus primae noctis. Al principio de la era feudal, el campesino tenía prohibido contraer matrimonio fuera del feudo porque ello causaba un deterioro demográfico en áreas y zonas cuyo mayor problema era la falta de población. Pernoud refiere: <<Pero la Iglesia no cesó de protestar contra esa violación de los derechos familiares que, en efecto, desde el siglo X en adelante fue atenuándose. Se estableció en sustitución del mismo la costumbre de reclamar una indemnización monetaria al siervo que abandonase el feudo para contraer matrimonio en otro. Así nació el jus primae noctis del que se han dicho tantas tonterías: sólo se trataba del derecho de autorizar el matrimonio de los campesinos fuera del feudo. Dado que en la Edad Media todo se traducía en una ceremonia, este derecho dio lugar a gestos simbólicos, por ejemplo, poner una mano o una pierna en el lecho conyugal utilizando unos términos jurídicos específicos que han provocado maliciosas o vengativas interpretaciones completamente erróneas.>>

Nada que ver, pues, con un presunto <<derecho a desvirgar a la aldeanita>> y nada que ver con la completa licencia sexual de la que disponía en la antigüedad pagana el amo sobre sus esclavos, considerados como puros y simples objetos de trabajo o placer.

Por lo que, según la humorada, verídica, de un historiador: <<La servidumbre de la gleba medieval provocó vivas protestas: las de los propios siervos cuando de los quiso “liberar”, exponiéndolos de ese modo a la pérdida de la seguridad proporcionada por un terreno a cultivar en su beneficio y en el de sus descendientes; puestos a merced, y sin la defensa de los guerreros del señor, de las incursiones de los salteadores; haciéndolos caer en el poder de los ricos latifundistas y de los usureros; exponiéndolos al servicio militar y a los agentes fiscales de la autoridad estatal.>>

34. Cristianos y nazis/2

Ya desde 1930, los protestantes se organizaron en la <<Iglesia del Reich>> de los Deutschen Christen, los <<Cristianos Alemanes>>, cuyo lema era: <<Una nación, una Raza, un Fürer.>> Su proclama: Alemania es nuestra misión, Cristo nuestra fuerza.>> El estatuto de esta Iglesia se modeló según el del partido nazi, incluido el <<párrafo ario>> que impedía la ordenación de pastores que no fueran de <<raza pura>> y dictaba restricciones para el bautismo a aquellos que no poseyeran buenos antecedentes de sangre.

Citando la crónica enviada por el corresponsal en Alemania del periódico norteamericano Time, publicado el 17 de abril de 1933, meses después del ascenso a la cancillería de Hitler: <<El gran Congreso de los Cristianos Germánicos ha tenido lugar (…) para presentar las líneas de las Iglesias evangélicas en Alemania en el nuevo clima auspiciado por el nacionalsocialismo. El pastor Hossenfelder ha comenzado anunciando: “Lutero ha dicho que un campesino puede ser más piadoso mientras ara la tierra que una monja cuando reza. Nosotros decimos que un nazi de los Grupos de Asalto está más cerca de la voluntad de Dios mientras combate, que una Iglesia que no se une al júbilo por el Tercer Reich.”>> (La jerarquía católica no se había <<unido al júbilo>>) El Time proseguía: <<El pastor doctor Wienke-Soldin ha añadido: “La cruz en forma de esvástica y la cruz cristiana son una misma cosa. Si Jesús tuviera que aparecer hoy entre nosotros sería el líder de nuestra lucha contra el marxismo y contra el cosmopolitismo antinacional.” (…) >> No fue la expresión de un grupo minoritario: en las elecciones eclesiásticas de 1933 los <<cristonazis>> obtenían el 75%.

Quien en su momento fue el cardenal Joseph Ratzinger explicaba que: <<(…) La concepción luterana de un cristianismo nacional, germánico y antilatino, ofreció a Hitler un buen punto de partida, paralelo a la tradición de una Iglesia de Estado y del fuerte énfasis puesto en la obediencia debida a la autoridad política, que es natural entre los seguidores de Lutero. (…) Un movimiento tan aberrante como los Deutschen Christen no habría podido formarse en el marco de la concepción católica de la Iglesia. En el seno de esta última, los fieles hallaron más facilidades para resistir a las doctrinas nazis. Ya entonces se vio lo que la Historia ha confirmado siempre: la Iglesia católica puede avenirse a pactar estratégicamente con los sistemas estatales, aunque sean represivos, como un mal menor, pero al final se revela como una defensa para todos contra la degeneración del totalitarismo. (…)>>

En efecto, el típico dualismo luterano que divide el mundo en dos Reinos (el <<profano>> confiado sólo al Príncipe, y el <<religioso>> que es competencia de la Iglesia, pero de la cual el propio Príncipe es Moderador y Protector, cuando no su Jefe en la tierra), justificó la lealtad al tirano. Proseguía el entonces cardenal: <<precisamente porque la Iglesia luterana oficial y su tradicional obediencia a la autoridad, cualquiera que fuera ésta, tendían a halagar al gobierno y al compromiso en servirlo también en guerra, un protestante necesitaba un grado de valor mayor y más íntimo que un católico para resistir a Hitler>>. En resumidas cuentas, la resistencia fue siempre una excepción, un hecho individual, de minorías, que <<explica por qué los evangélicos han podido jactarse de personalidades de gran relieve en oposición al nazismo>>. Era necesario un gran carácter para resistir porque se trataba de ir contra la mayoría de fieles y las enseñanzas mismas de la propia Iglesia.

Naturalmente, dado que la historia de la Iglesia católica es también la historia de las incoherencias, de sus concesiones, de los yerros del <<personal eclesiástico>>, no todo fue brillo dorado ni entre la jerarquía ni entre los religiosos y fieles laicos. Se ha discutido mucho, por ejemplo, acerca de la  oportunidad de la firma en julio de 1933 de un Concordato entre el Vaticano y el nuevo Reich.

En primer lugar, hay que considerar –y esto, naturalmente, vale para todos los cristianos católicos o protestantes- que hacía pocos meses desde el advenimiento a la Cancillería de Adolf Hitler, que todavía no había asumido todos los poderes y por lo tanto no había revelado al completo el rostro del régimen. Recuérdese que hasta 1939, el primer ministro británico Chamberlain defendía la necesidad de una conciliación con Hitler y que el mismo Winston Churchill escribió: <<Si un día mi patria tuviera que sufrir las penalidades de Alemania, rogaría a Dios que le diera un hombre con la activa energía de Hitler.>> Joseph Lortz, historiador católico de la Iglesia, dice: <<No hay que olvidar nunca que durante mucho tiempo, y de una forma refinadamente mentirosa, el nacionalsocialismo ocultó sus fines bajo fórmulas que podían parecer plausibles.>> Ahora nosotros juzgamos aquellos años sobre la base de la terrible documentación descubierta: pero sólo después.

En cualquier caso, en lo referente al Concordato de 1933 cabe señalar que no debía ser un texto tan impresentable si, aunque con alguna modificación, todavía sigue vigente en la República Federal Alemana[1], limitándose casi a repetir los acuerdos firmados tiempo atrás con los Estados de la Alemania democrática prenazi. Recuérdese también que en 1936, apenas tres años después del pacto, la Santa Sede ya había presentado al gobierno del Reich unas 34 notas de protesta por violación del citado Concordato. Y como punto final a aquellas continuas violaciones, al año siguiente, en 1937, Pío XI escribió la célebre encíclica Mit brennender Sorge.

Bien es verdad que, una vez declarada la guerra, el Concordato de 1933 fue para Berlín poco menos que papel mojado. Sin embargo, recordó a los creyentes perseguidos que en Europa no sólo existía el omnipotente Tercer Reich. También existía la Iglesia romana, desarmada pero temible hasta para el tirano que, por más que desafiara al mundo entero, no osó pedir a los paracaidistas que tenía situados en una Roma de la que había huido el gobierno italiano, que rebasaran las fronteras de la colina vaticana.

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[1] La primera edición del libro materia de síntesis fue publicada en 1992.

33. Cristianos y nazis/1

Si Alemania hubiera sido católica, no habría responsabilidades que echarse en cara: el nacionalsocialismo habría seguido siendo una facción política impotente y folclórica. Primero fueron Lutero y sus sucesores y luego, en el siglo XIX, Otto von Bismarck, quienes intentaron con toda la violencia a su alcance desterrar de Alemania el catolicismo, considerado como una sumisión a Roma indigna de un buen patriota alemán. El <<Canciller de Hierro>> definió su persecución de los católicos como Kulturkamp, <<lucha por la civilización>>, con el fin de separarlos por la fuerza del papado <<extranjero y supersticioso>> y hacerlos confluir en una activa Iglesia nacional, al igual que pretendían los luteranos desde siglos atrás. No lo consiguió.

Después de la reforma luterana, sólo un tercio de los alemanes siguió siendo católico. Hitler no llegó al poder mediante un golpe de Estado, lo hizo con toda legalidad, mediante el democrático método de elecciones libres. No obstante, en ninguna de aquellas elecciones tuvo mayoría en los Länder católicos, los cuales, obedientes (entonces lo eran…) a las indicaciones de la jerarquía, votaron unidos por su partido, el glorioso Zentrum, que ya había desafiado victoriosamente a Bismark y que también se opuso a Hitler hasta el último momento.

Se ha hecho todo lo posible para que olvidemos que Hitler nunca habría desencadenado la guerra sin la alianza con la Unión Soviética que, en 1939, bajó al campo de batalla con los nazis para dividirse Polonia. Y fueron los soviéticos quienes, al librar a Hitler de la amenaza del doble frente le permitieron llegar hasta París, después de conquistar Varsovia. Hasta la <<traición>> de Hitler en el verano de 1941, los motores de carros de combate nazis del Blitz y los aviones de batalla rodaron con el petróleo de la soviética Bakú. Sobre los alardes de <<importantes méritos antifacistas>> del comunismo internacional, tan predispuesto a definir a los católicos (los <<clérigo-facistas>>) de encubridores de la gran tragedia… no son méritos que ostentan los comunistas sino responsabilidades gravísimas.

El nazismo cayó gracias a la obstinación de Inglaterra, que consiguió traer a la potencia industrial americana y que, de acuerdo con su política tradicional más que por motivos ideales (el propio Churchill había sido admirador de Mussolini y tuvo palabras de aprecio y elogio para Hitler), nunca había soportado la existencia de una potencia hegemónica en la Europa continental. Así había ocurrido con Napoleón y con la entrada en la guerra de 1914: no fue una guerra de principios sino una estrategia imperial.

Volviendo al ascenso de Hitler, recordemos que en las decisivas elecciones de marzo de 1933, los Länder protestantes le proporcionaron la mayoría, pero las zonas católicas lo mantuvieron en minoría. El 21 de marzo, día de la primera sesión del Parlamento del Tercer Reich, las solemnes ceremonias se abrieron con un servicio religioso en el templo luterano de Postdam. Joachin Fest, el biógrafo de Hitler, escribe: <<Los diputados del católico Zentrum tenían permiso para entrar en el servicio religioso (luterano) de la iglesia de los santos Pedro y Pablo sólo por una puerta lateral, en señal de escarnio y venganza. (…)>> La famosa foto de Hindenburg estrechando la mano de Hitler se realizó en los escalones del templo protestante. <<Inmediatamente después –escribe Fest- el órgano entonó el himno de Lutero: Nun danket alle Gott, y que ahora todos alaben a Dios.>>

Desde 1930, en la Iglesia luterana, los Deutschen Christen (los Cristianos Alemanes) se habían organizado siguiendo el modelo del partido nazi en la <<Iglesia del Reich>> que sólo aceptaba a bautizados <<arios>>. Se trata de una larga y penosa historia que, por ejemplo, cuenta que en julio de 1944, tras el fallido atentado a Hitler, mientras lo que quedaba de la Iglesia católica alemana guardaba un profundo silencio, los jefes de la Iglesia luterana enviaban un telegrama: <<En todos nuestros templos se expresa en la oración de hoy la gratitud por la benigna protección de Dios y su visible salvaguarda.>>

21. Derechos del hombre/4

La <<Declaración de los derechos del hombre>> de 1789 proclama en el artículo 3: <<El principio de toda soberanía reside esencialmente la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer una autoridad que no derive expresamente de ella.>> Y en el artículo 6: <<La ley es la expresión de la voluntad general.>> La <<Declaración Universal de derechos humanos>> de las Naciones Unidas, en 1948, confirma y hace explícito en el artículo 21: <<La voluntad del pueblo es el fundamento de la autoridad de los poderes públicos.>>

En las <<Declaraciones>> se considera ilegítima y arbitraria cualquier autoridad que no derive expresamente del pueblo a través del voto; se rechaza cualquier autoridad que no sea legitimada por elecciones libres, periódicas, universales… hay que oponerse, por lo tanto, a lo que no es <<democrático>> en ese sentido. Vayamos a la causa principal por la cual el pensamiento cristiano (y especialmente el católico) se ha resistido durante tanto tiempo a aceptar en su conjunto y sin reservas estas <<Declaraciones>>.

En todas las sociedades humanas, existen autoridades <<naturales>> que no derivan del artificio de elecciones: la familia, por ejemplo, donde los padres no son elegidos por los hijos, a pesar de lo cual, tienen legítima autoridad sobre ellos; la escuela, donde el maestro ejerce una autoridad que no deriva del sufragio de los alumnos; o la patria, que no es fruto de una libre elección, sino de un <<destino>> (nacer aquí y no allá); y sin embargo, incluso las constituciones más avanzadas le otorgan tal autoridad, que nos puede pedir hasta el sacrificio de la vida en su defensa.

Pero entre esas realidades <<no democráticas>> está sobre todo la Iglesia, con su pretensión fundamental: una autoridad, la suya, que no viene de abajo, del <<cuerpo electoral>>, sino de arriba, de Dios, de la Revelación en carne y palabras que es Cristo. Sólo un año después de proclamar los <<derechos del hombre>>, la Revolución, con la <<Constitución civil del clero>> de 1790, reorganizaba la Iglesia según los principios <<democráticos>>: supresión de las órdenes religiosas y elección de párrocos y obispos hecha por todo el cuerpo electoral, incluyendo no católicos y ateos. Luego, cuando las tropas francesas ocuparon Roma, en seguida abolieron el papado, que era <<un poder arbitrario, por no derivar del sufragio universal>>.

Ninguna religión es <<democrática>> (no hay votación sobre si Dios existe, o sobre las obligaciones y deberes que, según la fe, Él impone a los hombres). Menos <<democrático>> aún es el cristianismo, según el cual el hombre ha sido creado por indiscutible voluntad de Dios. El cual, luego eligió a un pueblo para imponerle una ley que no había sido concordada ni legitimada por elecciones: no era una <<Declaración de derechos>>, sino aquella <<Declaración de deberes del hombre>> que es el Decálogo.

Pilatos propuso una especie de referéndum <<democrático>>: el resultado fue negativo para el candidato, eliminado por la mayoría en beneficio de Barrabás. Jesús, sometido a libres elecciones, no había aprobado  los <<exámenes del Mesías>> ni si quiere entre sus discípulos, cuyo <<portavoz de base>>, Pedro, es duramente reprochado <<porque no siente las cosas de Dios, sino la de los hombres>>. (Mt. 16, 23)

Tampoco es democrática la estructura de la Iglesia, que no se basa en elecciones, sino en los Apóstoles, a quienes se les recuerda <<Vosotros no me escogisteis a Mí, pero Yo los escogí>> (Jn. 15, 16), lo cual es contrario al principio que legitima la autoridad según todas las modernas declaraciones de los derechos del hombre. Qué decir de esos teólogos que piden la <<democratización>> de la Iglesia; donde no solamente todas las autoridades (desde el vicepárroco al Papa) deberían ser legitimadas por el <<pueblo de Dios>>, sino también el dogma, expresión de una intolerable mentalidad jerárquica, debería ceder el paso a la libre opinión y la moral debería ser sometida a periódicos referéndums.

La aceptación de una determinada mentalidad lleva lejos de la estructura de la fe, que sin embargo se dice querer seguir practicando. Hace falta lucidez y coherencia: existe, en todas las cosas, una relación de causa y efecto que parece ignorar, en cambio, quien con ligereza piensa poder abrazarlo todo y el contrario de todo.


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